Juan de Orduña nació en Madrid el año 1900, hijo de una familia rica de aristócratas, decidió decantarse por el cine, en el que ocupó diversos oficios hasta que le llegó la alternativa como director en 1941 con Porque te vi llorar.
Tras la Guerra Civil, el régimen buscó hacer un cine de construcción histórica de identidad nacional. Agustina de Aragón (1950), Alba de América (1951) o La leona de Castilla (1951) servían tanto para dar la idea de que España es una nación católica ancestral como para atraer al público femenino a las salas.
Para este propósito, Juan de Orduña encontró al melodrama, y viceversa. En su primera película nos da un manual de estilo. Ambientándose en la España inmediatamente posterior a la Guerra Civil, Porque te vi llorar (1941) es una película de reconstrucción nacional, pero claro, para los vencedores, que lo pasan fatal aun así. La mujer protagonista es una aristócrata violada por un miliciano, del que se queda embarazada sufriendo una doble deshonra; la desaprobación del pueblo y haber parido a un hijo bastardo al que le tendrá que encontrar un marido decente.
Por si fuera poca la desdicha, el miliciano se presenta en su casa para reclamar sus derechos como padre del hijo, y con una treta, en la que nuestra marquesa protagonista demuestra tener menos luces que un Land Rover viejo, consigue convertirse en su marido. Ella va aceptando la situación a regañadientes. Hasta que al final se desvela que, en realidad, este hombre es un soldado franquista condecorado, que se había hecho pasar por el miliciano violador, ya que solo quería compartir su bondad con ella y darle un apellido y una vida decente al niño. ¿Por qué todo este pifostio? Porque te vi llorar una tarde en la iglesia del pueblo y me encapriché de ti.
A todo esto, ella no recuerda la cara de su violador y se traga la trola de este farsante disfrazado del mismo demonio republicano.
Saliendo de su trama, como intento de melodrama sólido deja bastante que desear. Con una realización bastante cutre en la que la cámara es muy poco incisiva, al contrario de lo que ocurre en los grandes melodramas que dirigía al otro lado del Atlántico William Wyler. Los defectos técnicos son bastante molestos, sobre todo los de sonido, pero no lo achaco a esta película en concreto, sino a un momento paupérrimo del cine español que se alargó demasiado.
Interpretan los hermanos Peña, Pastora y Luis, al que le tengo una buena estima por sus grandes actuaciones de villano en Surcos (1951) o A tiro limpio (1963), pero aquí no es aprovechado por ese doble juego de la película de que es a la vez un malvado miliciano y un bondadoso católico. Ella está horrible, no hay quien se la crea ni quien la entienda.
Por cierto, el bebé que aparece en la película es igual de feo que el del cartel.