El debut en los largometrajes de la dublinesa Neasa Hardiman se empezó a rodar en los Armord Studios irlandeses a finales de verano de 2018. Más de dos años después, Contagio en alta mar parece una radiografía sobre los dimes y diretes del coronavirus.
A esta película se le pondrán los peros de siempre; que solo vale para pasar el rato, como si no hubiera nada más detrás, cuando es otra prueba más de que el cine de terror es tremendamente lúcido y sofisticado a la hora de atinar qué nos pasa.
Contagio en alta mar abre con una científica de pocas habilidades sociales para moverse entre currantes de la mar sumándose a un pequeño barco de pesca para detectar anomalías en la fauna marina. Vaya que las habrá. Al poco de zarpar entran en una zona restringida con fines lucrativos y supersticiosos (inciso: la científica es pelirroja, cosa que no gusta a algunos tripulantes). Un extraño ser que irradia un color azul detergente intenso irá mermando poco a poco a los marineros, ya que les introduce un bichito altamente infeccioso. Acierta en su diagnóstico de cómo se manejaría una pandemia en pequeño, que empiece y acabe a lo largo de la eslora de una embarcación. Sorprende el tino de la película para plantear el dilema entre la ciencia y la economía, podemos luchar contra el virus, pero significaría perder el barco y la pesca de la temporada. No será la única contienda que tendrá que librar la ciencia, ya que también lo tendrá difícil contra la rabia, la fuerza y el chamanismo.
Hay reminiscencias de Alien, el octavo pasajero (1979) y cierto gusto por la mística irlandesa y nórdica de los mares, siendo una coproducción en la que participan, además de Irlanda, Bélgica y Suecia.
Estreno en cines: 27 de noviembre.
