El Leicester ganó una liga con Danny Simpson de lateral derecho. Portugal conquistó su única Eurocopa con un golazo de Éder. El Langui tiene un Goya y Ronaldo Nazario, pese a su afición a las shemales, lleva cinco años seguidos con novia y vive tranquilamente en Valladolid. Lo azaroso, lo inesperado, nos mantiene con vida. Nos saca una sonrisa. Hace justo un año fui a visitar a un amigo a un pueblo perdido del Bierzo. Mi primera noche allí coincidió con el cierre de las fiestas locales, cuando a las mil de la madrugada ocurrió algo mágico: nos encontramos en la discoteca a Dinio, le pedimos una foto, alguien se rió de él, no se lo tomó muy bien y fue a por una pistola al maletero de su coche. Una maravillosa historia, un capricho de la fortuna.
Una máxima para intentar vivir medio contento es no hacerse ilusiones con casi nada; dejarle la puerta abierta a la sorpresa, a la reivindicación. No hay nada peor que generar expectativas porque pocas veces llegamos a cumplirlas. Jesé dijo que iba a ganar un balón de oro. Mi tío, junto a un colega con el que compartía piso, acertó 15 en la quiniela. Inmediatamente después, llamaron a su casero para decirle a aquel tacaño que se cagaban en su puta madre, que eran ricos, que se iban del piso y que se jodiera. Por lo que sea, ese fin de semana más gente de la cuenta acertó el pleno al 15, el premio se repartió entre muchos y los chavales solo recibieron unos cientos de euros. Pese a las malditas expectativas, mi tío ni se hizo rico ni dejó el apartamento. Jesé está a punto de debutar en Segunda División.
Algo parecido le ha sucedido a Nueva orden, la recientemente premiada con el Leoncino de Oro en Venecia. Tras recibir el galardón y ser denominada por la crítica como «la Parásitos del año» han llegado las decepciones. La película de Michel Franco, acusada de criminalizar a la población indígena, ha sido víctima de la nueva cultura de la cancelación en su Méjico natal. Es más, para decepción de su director, Nueva orden no representará a su país en los Óscar.
Tras un comienzo prometedor representado mediante una boda de la alta burguesía mejicana –gente blanca, trajes caros, niños pijos, MDMA y besos retorcidos–, que por su ritmo recordaba a Relatos salvajes, el largometraje vira hacia una violencia desmedida, casi hanekiana, que supera el umbral de la sorpresa y te deja indiferente frente a los disparos en la cabeza. En definitiva, otra rebelión del vulgo contra los poderosos, otra vacía vuelta de hoja a la idea orwelliana denotada en Rebelión en la granja. Nada nuevo, lo mismo de siempre: gatillo fácil, torturas, lamentos, policías corruptos y demasiados cadáveres.
Estreno en cines: 19 de febrero