La vigencia de categorías tan obsoletas como la de Mejor película de habla no inglesa ha vuelto a ser motivo de polémica tras la victoria de “Minari. Historia de mi familia” en la pasada ceremonia de los Globos de Oro. Si bien rodada casi por completo en coreano, la última cinta de Lee Isaac Chung es una producción enteramente estadounidense, rodada en el sur de este mismo país y dirigida por un realizador americano, pese a ser hijo de inmigrantes coreanos. Si bien las próximas nominaciones a los Óscar no podrán incluirla en esta categoría, pues el hecho de ser una producción estadounidense impide que sea nominada a la categoría extranjera, la cada vez más absurda diferenciación entre películas angloparlantes y foráneas evidencia incoherencias bastante notables siendo “Minari” un inequívoco ejemplo. Y es que el film de Chung, al que en España se le ha dado el bobo subtítulo de historia de mi familia, es una película profundamente estadounidense, independientemente del origen de su director o su lugar de rodaje.
La historia de Chung se ubica en Arkansas, con la llegada desde California de la familia Yi. La familia depende exclusivamente del trabajo de los dos padres, Jacob (Steven Yeun) y Monica (Han Ye-ri), quienes trabajan en una industria cárnica en la que se dedican a diferenciar polluelos según su sexo. No obstante, las ansias de riqueza de Jacob lo llevan a comprar una gran
extensión de tierra con intención de plantar hortalizas coreanas con las que lucrarse. Esta relativa monotonía se tambaleará con la llegada de la abuela, desconocida hasta entonces para el pequeño de la familia, David (Alan S. Kim).
“Minari” abarca muchos de los grandes temas de la narrativa cinematográfica estadounidense: las raíces familiares , la vida rural, las relaciones intergeneracionales o el sueño americano. Sin embargo, donde la complejidad de sus temas habrían derivado hacia el desgarrador gótico
sureño, la perspectiva de Chung consigue construir un relato calmado y de aparente sencillez que se distancia bastante del melodrama clásico.
La elección del director de la perspectiva del pequeño David otorga a la película una atmósfera relajada, tierna y profundamente humana, donde el humor distiende la narración sin resultar estridente y el dramatismo de la propia historia resulta verosímil y honesto. Las escenas de David y su abuela están rodadas con sorprendente ternura y cariño, consiguiendo posicionar al espectador en ambos personajes, una tarea enormemente compleja que en “Minari” parece desarrollarse sin el menor esfuerzo.
Sin embargo, las escenas en solitario del padre y la historia acerca del huerto resultan algo descafeinadas. Si bien Steven Yeun, conocido por la perturbadora “Burning” (2018), desempeña su papel con tremenda soltura, su historia en solitario no termina a llegar de despegar nunca, quedando algo deslucido el conjunto final.
Y es que, “Minari”, es al fin y al cabo una película hecha desde la nostalgia y el recuerdo. El director ha reconocido haberse inspirado en su niñez para rodarla y se nota. La película gana más cuando se detiene en la rutina de la familia que cuando intenta embarcarse en escenas más grandilocuentes. Si bien el apoteósico final supone un cierre magnífico para la historia, “Minari” resulta mucho más interesante en el drama familiar. Es aquí donde Chung aprovecha su fantástico reparto para desarrollar una historia contenida pero tierna, en la que las escenas se suceden sin estridencias ni sentimentalismos, erigiendo un relato luminoso y amable sobre temas
sin duda complicados.
“Minari” es un homenaje a la cotidianidad de una familia en un momento y en un país muy concreto; un homenaje a todos los pequeños detalles que señalan lo difícil que es crecer en un lugar tan absurdo como los Estados Unidos. Especialmente, si no hablas inglés.
Estreno en cines el 12 de marzo.