Hay películas añejas que ganan relevancia si las ves en un determinado momento, generalmente porque el cine tiene la capacidad del reaprovechamiento, es decir, como todo relato puede pasar por la montaña rusa de la actualidad, teniendo picos en los que lo que se cuenta se vuelve vigente. La reciente polémica de Lo que el viento se llevó (1939) así lo demuestra.
The Day the Earth Stood Still (1951) es una película de Robert Wise que en tiempos de pandemia y crisis globales funciona como un manual de instrucciones ciudadano. El punto de partida es que una nave extraterrestre aterriza en este planeta sin que se esperase su llegada, a lo The Arrival (2016) pero pudiéndonos comunicar con los extraterrestres, ya que estos son antropomorfos y hablan inglés (con acento de Nueva Inglaterra).
La película funcionó en su momento como una narrativa del enfrentamiento de la Guerra Fría, que abogaba por un fin idealista y bondadoso como el entendimiento mundial en virtud del principio de no agresión. Sin embargo, hoy en día le podemos dar una vuelta. Nos presenta claramente dos bloques que enfrentan posturas sobre qué hacer con esta supuesta amenaza; los militares, abogando por la caza del foráneo, y los científicos, buscando el entendimiento. La misma dialéctica de la película de Villeneuve, pero 65 años antes.
Robert Wise dejó en esta película una defensa clarísima de los derechos civiles en tiempos de paranoia contra el extranjero, con el fantasma del Macarthismo. La URSS estaba experimentando con la energía atómica y acababa de estallar la Guerra de Corea, y el extraterrestre protagonista, Klaatu, en una secuencia memorable siendo entrevistado para una radio, tiene miedo de “ver cómo la gente sustituye la razón por el miedo”, justo lo contrario de la conciencia cívica y ciudadana que tiene el personaje de Helen.
Una enseñanza muy clara; en las situaciones de dificultad global y de peligro suele haber dos tipos de consensos enfrentados, el militar y el científico. El primero nos da un discurso mucho más fácil de aceptar, porque es buscar la solución en protegerse en el regazo del matón de clase. El consenso científico invita a otro tipo de lenguaje, menos agresivo, y de acción, conforme a los principios de respeto a los Derechos Humanos. En definitiva, una actitud constructiva frente a los que solo tienen como herramienta lo destructivo.